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—Enjoy the silence ;; Priv.
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—Enjoy the silence ;; Priv.
El frío de la noche se presentaba en aquel campo de entrenamiento a una escala agradable, lo suficiente como para hacerse sentir y como para evitar que los cuerpos de las personas que se encontraban a la intemperie tuviesen que refugiarse de él a causa de los intensos escalofríos que podrían recorrer cada una de las extremidades en sus anatomías. Por otra parte, ella se encontraba allí, a las afueras de la cabaña en donde los reclutas generalmente podían abastecer sus cuerpos con una comida balanceada, no lo exageradamente nutritiva pero sí lo aceptable como para poder transcurrir por los diversos y duros adiestramientos que pronto o más tarde, harían que se convirtiesen en los soldados que defenderían a la humanidad de todas aquellas bestias titánicas a las afueras de las murallas.
Las murallas que ellos debían de destruir.
Su mirada se encontraba fija en la nada, en la oscuridad que rodeaba todo aquel campamento y que sólo era opacada efímeramente por las luces de las lámparas de aceite. El leve jaleo de dentro de la cabaña inundaba diminutamente su sentido auditivo mientras que la brisa helada le enfriaba las mejillas y las manos descubiertas. Era capaz de sostener con suavidad una taza de metal, un tanto abollada y deforme a causa del pasar del tiempo, la cual cumplía la función de aguardar en su interior el cálido líquido del té de hierbas que ahora, irónicamente, había adquirido una baja temperatura y que le era proporcionado en la cena. Por su parte, no había poseído el apetito suficiente como para comer, algo con lo cual, simplemente había guardado su cena, dándole la misión a Mina Carolina de cuidarla. Si algo era cierto, no debía de darse el lujo de desperdiciarla por la sencilla razón de que el abastecimiento alimentario en Rose no era el mejor, siendo que apenas sólo podían comer lo suficiente como para sobrevivir. Algo que ellos mismos habían causado.
Balanceó con levedad el líquido que se encontraba en aquel tarro de metal mientras movía éste mismo tan sólo diminutamente en una trayectoria circular. Flexionó sus brazos, dirigiendo el objeto hasta sus labios mientras bajaba de una forma leve su cabeza, pudiendo rozar al fin con su boca la orilla de la taza, dando una pequeña probada al té que ahora se hallaba más frío que antes. Desde hacía unos minutos, se encontraba en ese lugar, apoyando sutilmente el peso de su cuerpo en el barandal de madera mientras de vez en vez, cambiaba el afinque de su pie izquierdo a su pie derecho, haciendo crujir, de igual forma, las tablas que cumplían la función de suelo en la parte frente de la cabaña del comedor.
Un efímero gesto de disgusto se formó en su rostro mientras automáticamente, luego de probar aquel líquido frío, alejaba el tarro de metal de sus labios. Era repulsiva la consistencia que había tomado el té a causa de dejarlo reposar por demasiado tiempo a la intemperie. Exhaló lentamente, propinándole un poco más de su peso a aquel barandal mientras le permitía descansar un tanto más a sus pies.
La noche afortunadamente era tranquila, propinándole a su persona, aquel sentimiento que con tanto esfuerzo generalmente trataba de conseguir, no siendo una búsqueda del todo satisfactoria en consecuencia a que mayoritariamente se encontraba rodeada de personas que sin dudar alguna, rompían con el factor ya dicho. Sin embargo, se sentía a gusta, con la ligera oscuridad rodeándole y la luz tan precaria que le era facilitada por las medianas lámparas de aceite. ¿Cómo podía sentirse de esa forma cuando cargaba todo aquel peso a sus espaldas?
Varios sentimientos de culpa podían invadirle más sin embargo, ella los obviaba. Aún no era su tiempo de actuar, no obstante, cargaba de igual forma con el pecado de todas aquellas muertes al pertenecer al grupo al cual le encomendaron la misión de exterminar a la humanidad dentro de esas gigantescas paredes de concreto. Por otra parte, era un ser egoísta. La rubia sólo deseaba, con todas sus fuerzas el poder acabar con dicho cometido para de una vez por todas, poder regresar al lado de su padre. No le importaba en lo absoluto cuántas vidas tendrían que pagar por ello, sólo anhelaba poder regresar. A pesar de todo, no era tan fácil como lo meditaba.
Balanceó una vez más el líquido que se encontraba dentro del tarro, moviendo el último ahora lado a lado en un gesto lento y leve. Miró efímeramente el objeto que sostenía para luego, nuevamente levantar sus orbes hacia el frente, justamente donde estaba el campo de entrenamiento. Decidió entonces disipar todos aquellas cavilaciones mientras se permitía disfrutar una vez más de la soledad la cual, le era difícil de conseguir en la mayoría de los instantes, aunque evadiese ciertas responsabilidades para con sus altos mandos mientras era una simple recluta. Esperaba que Keith Shadis no hiciera acto de presencia o ganaría un regaño o un clásico castigo.
Las murallas que ellos debían de destruir.
Su mirada se encontraba fija en la nada, en la oscuridad que rodeaba todo aquel campamento y que sólo era opacada efímeramente por las luces de las lámparas de aceite. El leve jaleo de dentro de la cabaña inundaba diminutamente su sentido auditivo mientras que la brisa helada le enfriaba las mejillas y las manos descubiertas. Era capaz de sostener con suavidad una taza de metal, un tanto abollada y deforme a causa del pasar del tiempo, la cual cumplía la función de aguardar en su interior el cálido líquido del té de hierbas que ahora, irónicamente, había adquirido una baja temperatura y que le era proporcionado en la cena. Por su parte, no había poseído el apetito suficiente como para comer, algo con lo cual, simplemente había guardado su cena, dándole la misión a Mina Carolina de cuidarla. Si algo era cierto, no debía de darse el lujo de desperdiciarla por la sencilla razón de que el abastecimiento alimentario en Rose no era el mejor, siendo que apenas sólo podían comer lo suficiente como para sobrevivir. Algo que ellos mismos habían causado.
Balanceó con levedad el líquido que se encontraba en aquel tarro de metal mientras movía éste mismo tan sólo diminutamente en una trayectoria circular. Flexionó sus brazos, dirigiendo el objeto hasta sus labios mientras bajaba de una forma leve su cabeza, pudiendo rozar al fin con su boca la orilla de la taza, dando una pequeña probada al té que ahora se hallaba más frío que antes. Desde hacía unos minutos, se encontraba en ese lugar, apoyando sutilmente el peso de su cuerpo en el barandal de madera mientras de vez en vez, cambiaba el afinque de su pie izquierdo a su pie derecho, haciendo crujir, de igual forma, las tablas que cumplían la función de suelo en la parte frente de la cabaña del comedor.
Un efímero gesto de disgusto se formó en su rostro mientras automáticamente, luego de probar aquel líquido frío, alejaba el tarro de metal de sus labios. Era repulsiva la consistencia que había tomado el té a causa de dejarlo reposar por demasiado tiempo a la intemperie. Exhaló lentamente, propinándole un poco más de su peso a aquel barandal mientras le permitía descansar un tanto más a sus pies.
La noche afortunadamente era tranquila, propinándole a su persona, aquel sentimiento que con tanto esfuerzo generalmente trataba de conseguir, no siendo una búsqueda del todo satisfactoria en consecuencia a que mayoritariamente se encontraba rodeada de personas que sin dudar alguna, rompían con el factor ya dicho. Sin embargo, se sentía a gusta, con la ligera oscuridad rodeándole y la luz tan precaria que le era facilitada por las medianas lámparas de aceite. ¿Cómo podía sentirse de esa forma cuando cargaba todo aquel peso a sus espaldas?
Varios sentimientos de culpa podían invadirle más sin embargo, ella los obviaba. Aún no era su tiempo de actuar, no obstante, cargaba de igual forma con el pecado de todas aquellas muertes al pertenecer al grupo al cual le encomendaron la misión de exterminar a la humanidad dentro de esas gigantescas paredes de concreto. Por otra parte, era un ser egoísta. La rubia sólo deseaba, con todas sus fuerzas el poder acabar con dicho cometido para de una vez por todas, poder regresar al lado de su padre. No le importaba en lo absoluto cuántas vidas tendrían que pagar por ello, sólo anhelaba poder regresar. A pesar de todo, no era tan fácil como lo meditaba.
Balanceó una vez más el líquido que se encontraba dentro del tarro, moviendo el último ahora lado a lado en un gesto lento y leve. Miró efímeramente el objeto que sostenía para luego, nuevamente levantar sus orbes hacia el frente, justamente donde estaba el campo de entrenamiento. Decidió entonces disipar todos aquellas cavilaciones mientras se permitía disfrutar una vez más de la soledad la cual, le era difícil de conseguir en la mayoría de los instantes, aunque evadiese ciertas responsabilidades para con sus altos mandos mientras era una simple recluta. Esperaba que Keith Shadis no hiciera acto de presencia o ganaría un regaño o un clásico castigo.
Annie Leonhardt- Cadete P. Militar
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Re: —Enjoy the silence ;; Priv.
La noche. Aquel momento en el que todos sus recuerdos hacían que sus parpados pesaran más de lo habitual y es que Bertholdt llevaba una poderosa carga sobre su cuerpo. Su rol era enorme, pues le habían responsabilizado con una misión lo suficientemente importante como para suponer una amenaza contra la supuesta especie más evolucionada del planeta. Las estrellas danzaban por el cielo, burlándose de la inferioridad de los humanos y de la situación a la que estaban sometidos. El joven sonrió por lo bajo, dándose cuenta nuevamente que su vida sería mucho más placentera si hubiese sido un completo ignorante o si se hubiese quedado en su pueblo natal.
Una manía, una obsesión, un vicio. Ella era la razón por la que había decidido seguir con los propósitos de su raza. Por mero instante de intercambio de palabras cuotidianas y mundanas Bertholdt era capaz de aniquilar a todo ser vivo existente en este planeta. Y a pesar de la oportunidad que se le había dado él sólo se había limitado a observarla. Tanto, que conocía exactamente cuáles eran sus costumbres, su forma de moverse y hasta su manera de pasar las páginas de un libro. Cualquier pequeño gesto era irresistible para el muchacho. Se podría decir que tanto la debilidad como la fuerza de este hombre residía en las manos de Annie Leonhardt. Él sabía de lleno que últimamente –y ahora más que nunca- estaba dejando en evidencia sus sentimientos al desviar su mirada cada vez que la rubia hacía algo. Sin embargo, aún estirado en su cama reposaba el enorme cuerpo del moreno, repasando toda la jornada y parándose en los encuentros que había tenido con la pequeña para hacer memoria de cuanto había valido la pena vivir el día de hoy.
Cero.
Bertholdt no había visto a Annie en todo el día. Eso hacía veinticuatro horas sin siquiera contacto visual con ella, pensó. Debido a esa reflexión tan súbita y desesperanzadora el hombre se deprimió, acurrucándose con cuidado a la vez que arrugaba con la yema de sus dedos las sábanas de su propio lecho de muerte, que era aquella cama. Donde cada vez que se estiraba trataba de renacer y echar hacia un lado su constante sentimiento de culpa. Pero cualquier pensamiento desapareció el instante en el que escuchó esa suave brisa que hacía repicar la ventana contra la pared. El moreno se levantó, resignado a cerrar y dormir, deseando que al día siguiente la suerte fuese de su mano y le permitiese unos instantes de observación. Sin embargo, la suerte había decidido encariñarse de él antes de lo previsto. Rápido, violento incluso. Bertholdt descendía a paso ruidoso aquellas escaleras que lo separaban de la planta baja, donde a las afueras de su dormitorio se encontraba aquella persona que tanto anhelaba ver. En el otro lado del cristal él había podido observar la solitaria figura de la joven, razón por la cual su actitud había cambiado en un instante.
—A-Annie.
Quedó atónito una vez la vio por fin. Millones de pensamientos rondaron por su mente, imposibilitándole el poder pronunciar palabra siquiera. Sudor. Muchísimo sudor asomó por su frente, regalimando por su mejilla mientras seguía una trayectoria completamente aleatoria. Al moreno le sorprendía la elegancia con la que Annie adornaba las acciones más cuotidianas. Sentía que esa misma finura tan delicada que la rodeaba era inquebrantable y su más mayor deseo residía en traspasar esa barrera. Sabiendo que no podría nunca, se acercó a ella con un paso lento, un titubeo en los labios y unas manos temblorosas. –—¿Tampoco puedes dormir?— Fue lo único que pudo pronunciar antes de que sus mejillas adoptasen un tono rojizo. Miró a otra parte y sudó aún más.
Una manía, una obsesión, un vicio. Ella era la razón por la que había decidido seguir con los propósitos de su raza. Por mero instante de intercambio de palabras cuotidianas y mundanas Bertholdt era capaz de aniquilar a todo ser vivo existente en este planeta. Y a pesar de la oportunidad que se le había dado él sólo se había limitado a observarla. Tanto, que conocía exactamente cuáles eran sus costumbres, su forma de moverse y hasta su manera de pasar las páginas de un libro. Cualquier pequeño gesto era irresistible para el muchacho. Se podría decir que tanto la debilidad como la fuerza de este hombre residía en las manos de Annie Leonhardt. Él sabía de lleno que últimamente –y ahora más que nunca- estaba dejando en evidencia sus sentimientos al desviar su mirada cada vez que la rubia hacía algo. Sin embargo, aún estirado en su cama reposaba el enorme cuerpo del moreno, repasando toda la jornada y parándose en los encuentros que había tenido con la pequeña para hacer memoria de cuanto había valido la pena vivir el día de hoy.
Cero.
Bertholdt no había visto a Annie en todo el día. Eso hacía veinticuatro horas sin siquiera contacto visual con ella, pensó. Debido a esa reflexión tan súbita y desesperanzadora el hombre se deprimió, acurrucándose con cuidado a la vez que arrugaba con la yema de sus dedos las sábanas de su propio lecho de muerte, que era aquella cama. Donde cada vez que se estiraba trataba de renacer y echar hacia un lado su constante sentimiento de culpa. Pero cualquier pensamiento desapareció el instante en el que escuchó esa suave brisa que hacía repicar la ventana contra la pared. El moreno se levantó, resignado a cerrar y dormir, deseando que al día siguiente la suerte fuese de su mano y le permitiese unos instantes de observación. Sin embargo, la suerte había decidido encariñarse de él antes de lo previsto. Rápido, violento incluso. Bertholdt descendía a paso ruidoso aquellas escaleras que lo separaban de la planta baja, donde a las afueras de su dormitorio se encontraba aquella persona que tanto anhelaba ver. En el otro lado del cristal él había podido observar la solitaria figura de la joven, razón por la cual su actitud había cambiado en un instante.
—A-Annie.
Quedó atónito una vez la vio por fin. Millones de pensamientos rondaron por su mente, imposibilitándole el poder pronunciar palabra siquiera. Sudor. Muchísimo sudor asomó por su frente, regalimando por su mejilla mientras seguía una trayectoria completamente aleatoria. Al moreno le sorprendía la elegancia con la que Annie adornaba las acciones más cuotidianas. Sentía que esa misma finura tan delicada que la rodeaba era inquebrantable y su más mayor deseo residía en traspasar esa barrera. Sabiendo que no podría nunca, se acercó a ella con un paso lento, un titubeo en los labios y unas manos temblorosas. –—¿Tampoco puedes dormir?— Fue lo único que pudo pronunciar antes de que sus mejillas adoptasen un tono rojizo. Miró a otra parte y sudó aún más.
Bertholdt Fubar- Cadete LDR
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Re: —Enjoy the silence ;; Priv.
Escaso silencio. A pesar de ser algo leve, le era agradable, percibiendo que aún se encontraban pocos reclutas dentro de aquella cabaña. Muchos ya habían ido a sus dormitorios a descansar pero, existían otros que aún se encontraban dentro para ejercer las labores de limpieza y, algunos como ella que se escapaban de esas responsabilidades o que simplemente se escabullían entre las penumbras de la noche para encontrar la calma que necesitaban. Inhaló de forma profunda, llenando sus pulmones de aquel preciado factor como lo era el oxígeno, reteniéndolo en su cuerpo durante unos segundos, expulsándolo luego lentamente mientras adaptaba su cuerpo a una mejor posición, extendiendo el brazo que sostenía la taza de metal fuera del perímetro que separaba la zona de tronco con la de polvo mientras posicionaba el contrario sobre la superficie de madera y se hacía hacia delante, dejando reposar su cabeza sobre aquel barandal, usando su ante brazo como una espacio que amortiguara su barbilla.
Lentamente fue cerrando sus ojos, disfrutando del ambiente frío y la fresca brisa que en cada oleada de impasible aire, se impactaba contra su cuerpo el cual, recibía aquellas concentraciones de frescura y que poco a poco, le permitían despejar sus pensamientos. Estaba algo exhausta, los entrenamientos por lo general eran movidos y, ella podía contrarrestar aquellos factores con una buena resistencia que sin embargo, al caer la noche, paulatinamente iba desapareciendo hasta sentir su anatomía un poco más pesada de lo normal. Era corriente, a pesar de todo, era humana, ¿no? Entonces, resulta que, las lentas pisadas de alguien al mover las pequeñas piedrecillas en la arena hicieron que descubriese sus orbes rápidamente, irguiéndose de nueva cuenta sobre aquel barandal y apoyando su peso al posar ambos antebrazos en la madera, haciendo que saliese por completo de aquel efímero momento de relajación. De forma casi automatizada, dirigió sus ocelos hasta el sujeto que había hecho acto de presencia, revelando que se trataba de un joven al cual, podía decir que conocía muy bien.
Le inspeccionó a lo lejos mientras admiraba el cómo poco a poco llegaba a una distancia un tanto más cercana de ella. ¿No debería de estar descansando ya? Entrecerró con levedad su mirada, tan sólo diminutamente y de una forma totalmente imperceptible, casi como si se tratase de un tic. De manera que, no pudo evitar pensar que quizás no podía dormir o tal vez apenas se preparaba para lo anteriormente dicho. Suspiró de forma poco notoria, casi como una suave exhalación desviándose hacia la primera opción, divagando en los conocimientos que poseía del contrario. Si bien, sabía muy bien que era alguien muy prejuicioso y que, generalmente solía preocuparse en demasía por los acontecimientos que solían rodearle, entonces, no podía evitar preguntarse el cómo es que había llegado a estar en una situación parecida, específicamente, aquel rol que cargaba en sus espaldas, conociendo plenamente su personalidad. Un alma como la de él, hace tiempo fuera desertado de su misión, entonces, ¿por qué? Por supuesto, no era algo de elección, era algo a lo que estaban obligados y debían de cumplir perfecta y castamente. Patético. No tardó demasiado en saber el por qué estaba allí, atendiendo a sus palabras y moviendo con levedad el tarro que sostenía con su diestra.
Fijó sus orbes en el contrario, pestañeando lánguidamente luego y, tomándose tan sólo unos cortos segundos para responder. Exhaló una corta respiración y negó suavemente con la cabeza. —Sólo quería respirar aire fresco.
Mintió. El por qué estaba allí era simplemente para despejar sus pensamientos mientras se sumergía en una plena soledad. Sabía muy bien que no podría dormir a menos que apartase todas aquellas divagaciones de su subconsciente. Conocía el insomnio, y aquel factor no tardaría en atacarle si no colocaba su mente en blanco y se tomaba el tiempo necesario como para prepararse para descansar.
—¿Por qué no puedes dormir? —imprudente e insensata. Planteó aquella incógnita, sabiendo muy bien la respuesta o eso pensaba. Sólo deseaba sentirse comprendida, aunque fuese durante un corto período de tiempo, sabiendo muy bien de lo que padecía el contrario.
Lentamente fue cerrando sus ojos, disfrutando del ambiente frío y la fresca brisa que en cada oleada de impasible aire, se impactaba contra su cuerpo el cual, recibía aquellas concentraciones de frescura y que poco a poco, le permitían despejar sus pensamientos. Estaba algo exhausta, los entrenamientos por lo general eran movidos y, ella podía contrarrestar aquellos factores con una buena resistencia que sin embargo, al caer la noche, paulatinamente iba desapareciendo hasta sentir su anatomía un poco más pesada de lo normal. Era corriente, a pesar de todo, era humana, ¿no? Entonces, resulta que, las lentas pisadas de alguien al mover las pequeñas piedrecillas en la arena hicieron que descubriese sus orbes rápidamente, irguiéndose de nueva cuenta sobre aquel barandal y apoyando su peso al posar ambos antebrazos en la madera, haciendo que saliese por completo de aquel efímero momento de relajación. De forma casi automatizada, dirigió sus ocelos hasta el sujeto que había hecho acto de presencia, revelando que se trataba de un joven al cual, podía decir que conocía muy bien.
Le inspeccionó a lo lejos mientras admiraba el cómo poco a poco llegaba a una distancia un tanto más cercana de ella. ¿No debería de estar descansando ya? Entrecerró con levedad su mirada, tan sólo diminutamente y de una forma totalmente imperceptible, casi como si se tratase de un tic. De manera que, no pudo evitar pensar que quizás no podía dormir o tal vez apenas se preparaba para lo anteriormente dicho. Suspiró de forma poco notoria, casi como una suave exhalación desviándose hacia la primera opción, divagando en los conocimientos que poseía del contrario. Si bien, sabía muy bien que era alguien muy prejuicioso y que, generalmente solía preocuparse en demasía por los acontecimientos que solían rodearle, entonces, no podía evitar preguntarse el cómo es que había llegado a estar en una situación parecida, específicamente, aquel rol que cargaba en sus espaldas, conociendo plenamente su personalidad. Un alma como la de él, hace tiempo fuera desertado de su misión, entonces, ¿por qué? Por supuesto, no era algo de elección, era algo a lo que estaban obligados y debían de cumplir perfecta y castamente. Patético. No tardó demasiado en saber el por qué estaba allí, atendiendo a sus palabras y moviendo con levedad el tarro que sostenía con su diestra.
Fijó sus orbes en el contrario, pestañeando lánguidamente luego y, tomándose tan sólo unos cortos segundos para responder. Exhaló una corta respiración y negó suavemente con la cabeza. —Sólo quería respirar aire fresco.
Mintió. El por qué estaba allí era simplemente para despejar sus pensamientos mientras se sumergía en una plena soledad. Sabía muy bien que no podría dormir a menos que apartase todas aquellas divagaciones de su subconsciente. Conocía el insomnio, y aquel factor no tardaría en atacarle si no colocaba su mente en blanco y se tomaba el tiempo necesario como para prepararse para descansar.
—¿Por qué no puedes dormir? —imprudente e insensata. Planteó aquella incógnita, sabiendo muy bien la respuesta o eso pensaba. Sólo deseaba sentirse comprendida, aunque fuese durante un corto período de tiempo, sabiendo muy bien de lo que padecía el contrario.
Annie Leonhardt- Cadete P. Militar
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