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Mensaje por Lacie Campbell Lun Ene 27, 2014 8:04 pm

Sangre... Hay sangre en sus manos, se acumula en pequeños charcos alimentados por riachuelos que fluyen en los pliegues de las palmas. Al voltear a la izquierda la visión opacada por su desordenada cabellera nota las sombras difusas de lo que parecen ser cuerpos inertes en el piso, la oscuridad se apropia de cada rincón, las sombras se escurren sobre el suelo como un demonio voraz... Un demonio que sonríe.

¿No soy un humano, verdad?


El astro rey aparece cada día cual figura divina sobre las murallas, siendo una de las pocas entidades que no trasmitía miedo al alzarse sobre las cabezas de aquellas patéticas criaturas arrinconadas en su propia ingenua prisión que solo asegura decadencia. La resplandeciente luz de la estrella madre se filtra a través de los vidrios de las ventanas llegando a los párpados de la soldado de cabellera carmín y desaliñada anunciándole que el día comenzó y que por ende debía de despertarse más por obligación que por gusto. Abriendo sus ojos con pesadez dejando al descubierto el brillante y a la vez frío color azulado de los mismos. Con la rigidez aun acumulada en su joven cuerpo se levanta procediendo con los estiramientos y ejercicios ligeros que se había acostumbrado a efectuar cada mañana durante sus años como recluta. Seguidamente del aseo personal que consistió en una fría ducha para terminar de despertarse; continuando la labor mañanera al vestirse con el uniforme correspondiente a su división del ejercito, deteniéndose por momentos solo para observar sin una expresión predominante en su semblante por la ventana de su habitación dejando escapar suspiros que tal vez eran de resignación. Puesto que aquel día debía de presentarse en uno de los cuarteles de la legión para ser informada sobre futuras misiones.

Guardó sus pocas pertenencias en una mochila no muy llamativa y salió de la habitación que se ubicaba en un tercer piso de un edificio del distrito Trost. Bajó las escaleras para encontrarse con el mostrador de la recepción de la acogedora posada, dejando sobre la mesa de la misma y a la vista del encargado de edad avanzada el pago por la habitación en la que había pasado la noche; y es que Lacie se negaba rotundamente a dormir siempre en el mismo lugar, ya fuese por su usual paranoia producida por los ecos de un pasado peligroso o porque simplemente se negaba a compartir la habitación con los otros miembros de la legión o cualquier otra persona; ya había pasado eso durante el entrenamiento y no le apetecía repetirlo.

Al salir a las calles de la concurrida ciudad lo único que podía sentir la pelirroja era incomodidad y molestia, al estar rodeada de tantos humanos no podía evitar el sentirse como una liebre encerrada en una jaula que compartía con innumerables serpientes listas para atacarla en cualquier momento. Aquella ansiosa desconfianza era solo uno de sus muchos traumas que a diario tenía que sobrellevar en cada paso que daba en el interior de la prisión de piedra con la única meta de sobrevivir hasta que las puertas estuviesen abiertas para ella y no tuviese la necesidad de volver al escenario de sus pesadillas.

Caminaba a paso constante y rápido, no porque estuviese interesada en llegar cuanto antes a la reunión, sino buscaba alejarse rápidamente de las multitudes caminantes. Más antes de tomar la desviación que la llevaría directo a su destino, tenia planeado comprar el desayuno en una de las pocas tiendas que aun se surtían tanto de pan suave como del manjar de la leche y al mismo tiempo eran de precios accesibles. Demasiado bueno para ser verdad, y así lo fue; porque una vez llegó a la entrada del establecimiento se había encontrado con una de esas muchedumbres que tanto detestaba. Estaba a punto de retirarse resignada, cuando un grito llamó su atención.

-“¡Que alguien haga algo por favor! ¡Tienen a una rehén!”-

Aquel histérico grito solo provocó en la fémina un bufido de molestia que nadie notaria. Planeaba irse de allí rápidamente ya que no era su trabajo el tratar con los problemas de los humanos, eso le correspondía a los cobardes de la policía militar y a los inútiles de los estacionarios. Sin embargo antes de poder desaparecer entre las calles un nuevo llamado le hizo detenerse en seco.

-“¡Hey tu! La soldado! Tienes que hacer algo!”-

¿Tener? Claro que no tenía que hacer nada. El trabajo de la legión de reconocimiento era el eliminar titanes, no el de resolver los conflictos de las egoístas e ignorantes personas que la mayoría de las veces les consideraban un gasto de impuestos inútiles donde solo se unían aquellos con deseos de morir. No es que ese tipo de comentarios afectasen a Lacie de alguna manera. Pero si había algo que odiaba de entre las muchas cosas que detestaba era la hipocresía, puesto que ahora que los presentes necesitaban de ella si la consideraban necesaria. Suspiró pesadamente, una vez distinguida ya no tendría la oportunidad de escabullirse de la molesta situación y por ende debía de intentar resolver el problema cualquiera que fuese únicamente por la obligación del uniforme y para asegurarse de no ser sancionada en el futuro por no brindar apoyo a los ciudadanos como en otras ocasiones sucedió.

Avanzó con su caminar imparcial y sombrío logrando que todo quien la mirase le abriese paso quitándose de su camino. Encontrándose entonces con la imagen de un hombre de estatura considerable, fortachón y de aspecto andrajoso que sujetaba por la espalda a una joven mujer de cabellera castaña y bien vestida con uno de sus musculosos brazos; mientras que la otra mano sujetaba con pulso tembloroso un cuchillo de tamaño considerable amenazadoramente cerca del cuello de la fémina. No necesitaba ser un genio para saber de que iba la situación por eso no pidió a nadie que le explicase.

-“¡¿Que no has escuchado maldito viejo?! ¡Dame todo el dinero!”-

-“¡Padre!”-

Mientras el ladrón le exigía al dueño del local que le diese todas las ganancias, la rehén, que parecía ser la hija del jefe, no dejaba de gritar y sollozar por su liberación pidiéndole a su padre que cumpliese con las exigencias del agresor.

-“¡Que ya te lo he dado todo! ¡Así que sueltala!”-

-“No me vengas con esas viejo, ¡esto es demasiado poco!”-

Y en parte tenía razón, ya que para uno de los pocos restaurantes que servían bebidas tan raras como la leche entre otros alimentos, ciertamente no obtenían las ganancias correspondiente. Más eso tenia una simple explicación y es que el hombre dueño de la tienda era uno de los pocos comerciantes y vendedores que había decidido dejar los precios al alcance de la mayoría de los ciudadanos. Probablemente por aquella solidaria y nada gratificante decisión en términos de ganancia era que ahora se encontraba en la situación de ser considerado un mentiroso ante los ojos de un ladrón. Vaya ironía.

Lacie entró en la tienda, siendo rápidamente vista por el criminal y a quienes estaba amenazando.

-“¡Largo de aquí zorra! ¡Un paso más y la mato!”-

-“Por... por favor... salveme”-

El atacante ahora estaba de frente hacia la legionaria, sin apartar en ningún momento el cuchillo del cuello descubierto de su víctima, observando a la pelirroja con ojos feroces pero al mismo tiempo delataban una alarma bastante obvia. Aquel miedo instinto que los malhechores incompetentes sentían hacia las figuras de autoridad era fácilmente detectable para la ahora nueva integrante de la desalentadora obra. Hubieron segundos de un silencio casi absoluto, solo podían oírse los lloriqueos de la hija del vendedor y los murmullos de los testigos allí arrinconados cual aves de rapiña alrededor de un cadáver. Lo que pasó a continuación no fue nada más que un vistazo a la grieta en la máscara de una sociopata que pese a sus esfuerzos no era capaz de interpretar al cien por ciento su papel como una persona normal. Porque en lo que se refería a lo establecido por aquella deplorable sociedad, no lo era.

-Pues matala...-


Respondió a la amenaza ajena con aquella fría e indiferente replica. Sin inmutarse en ningún momento ni tampoco dejando que en las facciones de su rostro se llegasen a ver rasgos de una expresión definida. Únicamente arqueó sus hombros y levanto ligeramente sus manos al pronunciar aquellas palabras, dándoles un realismo aun más perturbador. Provocando en los tres presentes una sorpresa desagradable a la manera de cada quien.

-“¿¡Que ha dicho!? ¡Usted debe salvar a mi hija no motivar a esta bestia!”-

Reprochó el mayor cuyas facciones además de miedo y furia hacia el ladrón comenzaban a dirigirse también hacia la soldado.

-“¡No quiero morir!”-

Exclamó con dificultad la castaña apenas pudiendo articular palabras entendibles por el terror y el llanto que dominaban todo su cuerpo. Finalmente en el rostro del atacante comenzaba a aparecer una especie de sonrisa perturbada pero no lograba ocultar el miedo que una simple oración le había hecho sentir.

-“E-eso! Que clase de soldado eres que ínsitas a matar, si llego a hacerlo seras también culpable, solo haz que ese viejo me entregue el dinero y me largare...”-

Preguntó la pelirroja de manera seca y cortante, comenzando a avanzar en dirección hacia donde estaban el secuestrador y su rehén, provocando en ambos un nerviosismo ciertamente cautivante para la soldado. Continuando con su respuesta antes de que alguien la interrumpiese.

-Tu has dicho que ibas a matarla, por ende si lo haces tu serás el único penalizado, tu, quien tiene el motivo, el arma y quien ya ha dejado en claro sus intenciones. Además, si cumplieras tu palabra como un verdadero hombre, eso me dará la escusa perfecta para asesinarte yo misma, lo cual no llegará a afectarme en ningún aspecto, porque nadie ve mal que maten a un asesino...-


Conforme los pasos resonantes de las botas de la fémina ojiazul avanzaban, el miedo tanto en el rostro del fortachón como en el de su presa se hacían cada vez más presente tanto en sus ojos como en sus facciones. Por otra parte el encargado ya no era capaz de oír la conversación entra la oficial y el criminal, puesto que con cada paso que ella daba hacia al frente el ajeno retrocedía sin soltar ni a la otra mujer ni al arma cortante que cada vez más temblaba en su mano. Esta vez alejándola del cuello ajeno y apuntándola hacia la soldado.

-“¡Re-retrocede maldita! ¡Voy a matarla! ¡Te juro que voy a matarla!”-

Esta vez y solo a la vista de aquellos dos sujetos que muy poco le importaban a Lacie, por no decir nada, se pudo apreciar como en sus rosados labios se dibuja cínicamente una sonrisa sombría y destellante que congelaría del miedo a cualquier infeliz; y eso sucedió por unos instantes. Llegó el momento en que la espalda del criminal chocó contra una de las paredes del establecimiento, quedando entonces acorralado a merced de la siniestra mujer de cabellera ardiente y poseedora de una verdadera mirada asesina que el ajeno jamás podría imitar sin importar a cuantas personas llegase a matar. Porque los únicos capaces de transmitir semejante imagen son quienes han perdido alguna vez la voluntad de vivir, y por ende ya están muertos por dentro.

-Hazlo, lo estoy esperando. Se reducirá esta mugrosa población de una u otra manera-


Pronunció con una calma y a la vez una insistencia maligna que se acoplaba perfectamente a su brillante y eufórica mirada despectiva que parecía haber paralizado por completo a quienes observaba con su total atención.

-“Que cruel...”-

Susurró casi inaudible la mujer de cabellera castaña que aun estaba presa por el brazo de su atacante. Mirando fijamente a Lacie aunque ya sin llorar. A diferencia de su opresor, que parecía estar resistiendo el impulso de huir despavorido. No fue hasta que la soldado escuchó aquella acusación que su perturbadora sonrisa desapareció por unos instantes, dejando en ese intervalo de tiempo una expresión de sorpresa que se borró casi de inmediato dejando pasar nuevamente a una sonrisa aun más grande que la anterior, hasta el punto en que el sonido de una estrepitosa carcajada se dejó oír sin represión alguna.

-¡JAJAJA!... Por supuesto, claro que soy cruel. Si no lo fuera ya estaría muerta...-


“...Porque en un mundo tan cruel es necesario volverse cruel para poder sobrevivir” Aquella oración que la legionaria consideraba como lo más parecido a una filosofía realista se le había sido instruida por la única persona que le dedicó el tiempo suficiente como para dejar forjada en su cuerpo y mente a base de sangre y temor una personalidad que posteriormente evolucionaría gracias a los eventos desafortunados que tuvo que pasar para convertirse en la sin vergüenza y sádica mujer que en ese instante esperaba impaciente lo que pudiese ocurrir a continuación.
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Mensaje por Heinrich Rehbein Mar Ene 28, 2014 12:52 pm

La noche era dueña del cielo, el sol ya se había ido dando paso a la gigantesca y hermosa luna llena junto a sus pequeñas y fieles acompañantes, las estrellas, que adornaban el firmamento y aumentaban aún más la hermosura del cielo; una suave brisa cálida se hacía notar en todo el distrito Trost la cual daba una sensación de relajo que invitaba a una conversación en la calle para dejar atrás el día de trabajo, liberarse de las ataduras de la vida y disfrutarla. Heinrich así lo había sentido, debía por unas horas ser acariciado por esa brisa y rodearse de ese ambiente tan mágico que se hacía notar en todo el distrito para olvidar los malos ratos del día y relajar el cuerpo y el espíritu.

Hace poco Heinrich se había cambiado de hogar, siempre dentro del distrito Trost ya había visitado una gran cantidad de habitaciones  y todas terminaban por desilusionarlo, para él  un lugar ideal para vivir debía ser lo más silencioso posible y con pocas personas alrededor donde pudiese sentarse  o acostarse en su cama y pensar y sentir el silencio, el ruido excesivo y  los gritos de niños  lo ponían de mal humor para una persona tranquila como él mientras más aislado estuviese su hogar, mucho mejor. Es por eso que todas las posadas  que había visitado se encontraban en las periferias del distrito evitando elegir las que se adentraran en las calles que llevaban al interior, eso sería condenarse así mismo.

Para su satisfacción el joven había encontrado una habitación que cumplía en su mayoría con sus expectativas de donde vivir, al sur-oeste del distrito se alzaba una posada muy cerca de la muralla y que parecía estar alejada de la única calle que pasaba por ese lugar, era ahí donde estaba ahora recostado en el techo de la posada observando detenidamente cada estrella, las grandes y pequeñas que apenas se notaban allá arriba y cerrando de vez en cuando sus ojos para sentir la brisa que acariciaba su cabello. –  De vez en cuando la vida es bella  - la sonrisa que llego después fue el reflejo de todos aquellos días que se había sentido así de calmado y feliz disfrutando de las cosas simples que muchas veces para él eran suficientes para mejorar su estado de ánimo y darle fuerzas para continuar viviendo en esta dura realidad.

Luego de unas horas sentado allí arriba su cuerpo ya se había enfriado por completo y la cálida brisa ya se había convertido en un viento helado que surcaba los techos de las casas y calles como una jauría de lobos hambrientos corriendo por el bosque; señales de que ya era hora de bajar de ahí y acurrucarse entre sus sabanas – Si, ya es hora, no quiero coger un resfrío  - una última mirada al cielo antes de bajar del techo fue lo que hizo el joven, quería llevarse esa hermosa vista y no olvidarla jamás. Como todo militar, el orden era algo esencial así pues lentamente el joven se comenzó a quitar cada parte de su uniforme mientras lo dejaba ordenado para su uso al día siguiente, al terminar se lanzó como ave en picada cazando a su presa a su cama, la calidez que logro obtener en su cuerpo luego de pasado algunos minutos lo dejaron profundamente dormido.

La luz del sol se colaba por la ventana de la habitación, quitando las penumbras de la noche y dando paso a la claridad del día, Heinrich por su lado continuaba acostado durmiendo sin tener ninguna relación con lo que sucedía en las calles, se encontraba alejado, no pertenecía a este mundo. Afuera en las calles los gritos de pequeños niños se podían comenzar a oír, las risas de aquellos que eran la esperanza para las 3 facciones de la fuerza militar para poder hacerse con sus vidas y sus talentos cuando tuviesen la edad necesaria  y así aumentar sus filas.

Pasado unos minutos el ruido ya fue excesivo y ocurrió lo inevitable, el joven legionario se vio forzado a dejar sus sueños de lado y a incorporarse a este mundo, su cara era un desastre y sus ojos apenas abiertos eran atacados por la luz del sol que ya habitaba toda la habitación. - ¡Ahhhh malditos mocosos!  – aquél grito continuo con varias vueltas del joven en la cama de lado a lado terminando en el suelo envuelto en sus sabanas, un quejido y un suspiro se pudieron oír en toda la habitación  – Si será un gran día  – adolorido y aún medio dormido Heinrich se puso en pie, abrió la ventana para dejar entrar el aire a la habitación y se dispuso a tomar una ducha para comenzar la jornada.

Al terminar su ducha y al estar ya vestido con el uniforme de la legión, lo siguiente en su rutina de día libre era salir a comprar algo para beber y comer, siempre le daba bastante importancia al desayuno y este día no sería la excepción. Colgado en la pared se encontraba un pequeño bolso del porte de una mano humana con un cinturón cocido a dicho objeto, con calma lo cogió con su mano derecha mientras con la otra verificaba que dentro hubiese dinero suficiente para hacer las compras  – Si, con esto bastará – mientras se acomodaba el cinturón pudo ver por la ventana como los niños corrían y saltaban por todos lados – Esto es una visión apocalíptica del mundo , espero que mis hijos no sean así – riendo y  respirando profundamente  el joven comenzó su camino hacia una tienda que le había parecido de lo más acogedora, quizás haya sido por las personas que trabajaban ahí o simplemente porque ese día el humor de Heinrich había sido bueno, cualquiera que haya sido el caso, su ruta ya estaba decidida.

Las calles como siempre estaban infestadas de personas caminando en todas direcciones, tanto movimiento de gente no le agradaba demasiado pero contra eso no tenía nada que hacer y no era nadie para reclamar, simplemente lo aceptaba. De pronto y Heinrich lo noto demasiado tarde luego de haber doblado en la última esquina toda la muchedumbre de aquella calle en particular donde se encontraba la tienda que pretendía visitar había desaparecido, como si un titán los hubiese devorado a todos; lo que escuchó después fueron gritos de una mujer y la imagen de un grupo de personas alrededor de la entrada de la tienda poseedora de un pan bueno y barato que daría las fuerzas necesarias al joven para afrontar el día.

Gracias a su estatura no le costó demasiado observar que era lo que estaba pasando, un hombre de estatura considerable un poco más alto que Heinrich estaba creando problemas en el lugar, por lo que escuchaba el joven al parecer deseaba más dinero del que el dueño de la tienda le podía entregar y eso  tenía disgustado al malhechor  amenazando con cobrar la vida de la hija del dueño de la tienda que con gran amabilidad había atendido a Heinrich hace unas semanas atrás. -Una basura de hombre-  murmuro el  legionario que comenzó a caminar entre las personas con la intención de interrumpir lo que ahí ocurría  y reducir al desagradable hombre hasta que  su cuerpo se detuvo en seco al ver las honorables alas de la libertad en la chaqueta de una mujer que al parecer tenía todo bajo control -Oh muy bien, una camarada al parecer se está encargando de la situación- el joven se cruzó de brazos y continuo viendo los sucesos que se estaban desarrollando, si todo iba bien no se necesitaría de la ayuda de otro uniformado.

El tiempo transcurría y la situación estaba muy alejada de terminar bien, el malhechor y la cautiva mujer continuaban retrocediendo mientras la pelirroja avanzaba y ganaba terreno hasta el punto que Heinrich ya no pudo observar lo que ocurría con lujo y detalle sin perderse de nada por lo que fue obligado a abrirse camino  entre la muchedumbre hasta llegar a la puerta del negocio, ahí se detuvo y se cruzó de brazos para ahora si volver a apreciar la escena que se estaba llevando a cabo. Con cada palabra que daba la pelirroja mujer que se encontraba ahí, Heinrich hervía en rabia y no lograba comprender como una persona podía decir  tales palabras y con tanta calma y determinación -Que estupidez está diciendo esa mujer  y suena como si creyera en todo lo que dice- sin duda a juicio del joven legionario aquella mujer no estaba capacitada para hacer frente a la situación al menos su lengua no lo estaba -Esa lengua de la mujer es más aterradora que los anormales y es capaz de causar problemas aún mayores- una sonrisa se esbozó inmediatamente en la cara del joven, era gracioso y a la vez aterrador escuchar a esa mujer hablar así.

Las pisadas de Heinrich comenzaron a resonar en la madera del establecimiento, a paso lento y cuidadoso se dirigió hacia donde estaba el pan pasando por el lado izquierdo de la joven legionaria observándola de reojo e  ignorando totalmente a las otras personas  se notaba a leguas que el portador del cuchillo temblaba incluso más que la joven que estaba capturada entre su brazo, el mismo era su peor enemigo  y más que la rehén y el malhechor lo que le importaba era saber quién era la mujer con la lengua comparable a la destrucción que podía provocar una horda de titanes.

Mientras elegía el pan que se llevaría decidió intervenir  dirigiendo sus palabras hacia la mujer de cabellera roja - No me interesa lo que hayas vivido, por lo que has pasado pero si tuvieses la fortaleza necesaria para vivir en este mundo no te esconderías bajo el velo de la crueldad - se giró totalmente para fijar su mirada fría en la cara de la mujer de ojos azules - Esa no es forma de vivir, no para una persona- con seriedad observó al malhechor, ya había terminado con la legionaria no tenía nada más que hablar con ella -Tú, libera de una vez a esa bella mujer a no ser que..- levanto un poco su brazo derecho indicando en dirección donde estaba la pelirroja - ...quieras perder la vida por cortesía de ella - el hambre lo estaba matando, su cuerpo le pedía violentamente que devorase un poco de pan, la costumbre de realizar su rutina de día libre sin retrasos le estaba pasando la cuenta a estas alturas de la mañana. Sin perder más tiempo llevo a su boca el pan que tenía en su mano para darle una gran mordida.

Heinrich no era tan idiota como para abalanzarse sobre el malhechor en un acto heroico y esperar a lo que sucediera después, la vida de la rehén estaba en peligro y aunque le costaba aceptarlo la mujer de la lengua peligrosa hasta el momento lo tenía todo bajo control, él solo se quedaría en el lugar para asegurarse de que las cosas no se salgan de control, todos saben que dos legionarios son mejor que uno y casi siempre las cosas se salen de control eso era lo que le decía su experiencia a Heinrich. - Tú decides, ya tienes lo que querías, ahora vete antes de que pierdas tu vida y ese dinero no te sirva para nada - claro que el joven no dejaría que aquel vil hombre se salga con la suya, apenas soltase a la mujer se le tiraría encima como si él fuese un lobo hambriento y el malhechor un tierno conejo en la pradera
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Mensaje por Lacie Campbell Lun Feb 03, 2014 8:04 pm

Un segundo, solo uno le bastaría para poder acertar un golpe fatal en el cuerpo de aquel hombre. Sin importar lo grande o musculoso que fuese, todos los humanos tienen las mismas debilidades y puntos corporales que nunca podrían fortalecerse lo necesario para evitar la debilidad que en ellos yace. Un golpe con suficiente fuerza en la traquea, el arrebatarle el cuchillo para después cortarle alguna arteria y que se desangrara hasta morir; o algo tan tradicionalmente romántico como clavarle el puñal en el corazón, todas aquellas opciones solo significarían la muerte para el violento individuo. Sin mencionar que al estar frente a una verdadera asesina a quien su mano no le temblaría al momento de robarle la vida, tenía muy pocas probabilidades de sobrevivir, por no decir nulas. La intención de Lacie no era que la mujer fuese una víctima más, definitivamente la salvaría, pero no antes de tener suficientes razones para cegarle los latidos al malhechor, y con suficientes razones se refería a no darle oportunidad a los altos cargos de criticar sus medidas de acción como en el pasado había ocurrido.

La mirada maliciosa de la pelirroja, junto con sus convincentes amenazas en definitiva habían paralizado al criminal. Sin embargo eso no era lo que ella buscaba, esperaba paciente que el contrario hiciera algún movimiento lo suficiente torpe como para ser considerado una amenaza, pero al parecer dicho hombre era incluso más cobarde de lo que ella misma se esperaba. ¿Que debería hacer? En aquel reducido espacio donde había acorralado al ladrón y a la rehén solo ellos tres podían verse y oírse con claridad; de matarle fácilmente podría excusarse diciendo que lo hizo para salvarle la vida a la fémina de cabellera castaña, pero era justamente aquella chica la que le preocupaba, puesto que le era imposible de momento saber si respaldaría su versión de los hechos o por el contrario la negaría siendo delatada. Por el momento estaba en un callejón sin salida, y no fue hasta que escuchó una cuarta voz dentro de la suspensiva escena, que su helada mirada azulada se desvió por unos segundos al nuevo actor recién llegado.

Las palabras del joven peli plata no causaban efecto alguno en el porte imparcial y gélido de Lacie, más en su interior no dejaban de oírse carcajadas altaneras resultantes de lo que el aparente soldado le decía. ¿Esconderse? ¿ella una persona? Vaya chico más insolente. ¿Es que acaso tenia algún tipo de derecho de decirle a la legionaria lo que debía o no debía de hacer? No, simplemente no lo tenia; porque absolutamente nadie tiene derecho a decirle a otro como debe de actuar en aquella farsa llamada vida, aun si llegara a saber por todos los abismos que alguien como la ojiazul tuvo que superar para poder estar allí parada en aquel entonces. Sin embargo el fugaz reproche del ajeno no causó más que gracia en la soldado, que en cuya mente comenzaba a especular que ese individuo era uno de los muchos que no había pasado todavía por el verdadero infierno que se escondía dentro de las murallas, y por ello aun era capaz de defender aquellos falsos ideales vacíos de una humanidad justa y noble en la que incluso ella creyó alguna vez.

Aún así poco importaba en ese momento lo que ella o él creyesen respecto lo que era correcto o no, lo que realmente era importante en ese momento era la situación de rehenes que ambos soldados debían de resolver. Por un lado le disgustaba la presencia del ajeno ya que seguramente por su nublada razón no podría llevar a cabo su objetivo, al menos no en ese momento, pero le era imposible el negarse a si misma lo “divertido” que podía llegar a ser el ojos café al señalarla como una amenaza de muerte hacia el antisocial mientras se servía un poco del pan recién hecho; recordándole vilmente a Lacie el hambre que un principio le había llevado hacia aquella molesta situación. Una vez más su odio hacia un simple humano se fortalecía aun por la más “inocente” razón.

El hombre se vio aún más acorralado por la presencia del segundo soldado, perdiendo toda calma que alguna vez pudo tener en aquella situación, totalmente desconcertado por la actitud tan rara de los oficiales. Dudando por las palabras del legionario, definitivamente creyendo que si no huía en ese momento la mujer pelirroja lo mataría en ese mismo lugar y momento.

“¡¡ARGGHHH... Malditos perros vayanse todos al infierno!!”

Finalmente aquel sujeto luego de exclamar lo que pudieron haber sido sus ultimas palabras arrojó con fuerza a la mujer que había tenido como rehén los últimos minutos en dirección al soldado varón de la legión de reconocimiento de forma violenta. Teniendo al menos tal seguridad en si mismo que pensó que podría escapar antes de que la otra mujer le atrapase. Grave error.

Lacie no tardó en predecir las desesperadas acciones de un animal acorralado, siendo suficiente el hecho de atravesar un pie en su camino para que el mismo se tropezara y cayese sobre el piso de madera causando un leve estruendo por su gran tamaño. El criminal dejó caer la bolsa con el botín robado cerca de la multitud, siendo notable que varios sintieron la tentación de tomarlo y huir, más esa idea fue rápidamente eliminada de sus mentes al ver como la legionaria de cabellera ardiente y mirada congelante se acercaba con pasos calmados y al mismo tiempo intimidantes hacia el hombre caído. Había llevado su mano derecha hacia el puñal de su daga, acariciándole con cierto gusto y con un deseo claramente reprimido de sacarla a la luz y bañarla en sangre. La sonrisa de la legionaria era sombría y tenebrosa, expresando abiertamente los impulsos psicopáticos que en situaciones como aquella le eran difíciles de ocultar.

Sin embargo el llanto de miedo e impotencia del grandullón que se veía en presencia de su parca, junto con sus gemidos de dolor que eran producto de una torcedura de tobillo fueron lo único de lo que pudo disfrutar, puesto que en ese momento aparecieron tres miembros de las tropas estacionarias listos para en definitiva salvar a aquel individuo de un destino decidido.

La pelirroja retrocedió, habiendo recuperado su porte y control frío e imparcial, dejando que quienes en un principio debieron encargarse de la situación se llevasen el crédito de la captura del criminal. Para Lacie estaba bien, puesto que ella en ningún momento quiso inmiscuirse en aquella situación, mucho menos llevarse una gloria vacía y patética por haber capturado a semejante escoria. Ella solo quería desayunar pan y leche joder.
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